De una “presencia invisibilizada” a ser “buenas chicas”: roles de mujeres investigadoras en el campo de la comunicación (1930-1990)

From the “invisible presence” to the “good girl”: the roles of female researchers in the field of communication (1930-1990)

Hererro, Esperanza
https://orcid.org/0000-0001-5926-2142
Universidad de Murcia, España

García-Jiménez, Leonarda
https://orcid.org/0000-0002-5472-3314
Universidad de Murcia, España

Año | Year: 2023

Volumen | Volume: 11

Número | Issue: 2

DOI: https://doi.org/10.17502/mrcs.v11i2.720

Recibido | Received: 7-7-2023

Aceptado | Accepted: 28-9-2023

Primera página | First page: 1

Última página | Last page: 12

Las mujeres han ocupado un rol secundario en la investigación de la comunicación y han sido, con frecuencia, olvidadas o incluso borradas. Por este motivo, la experiencia femenina en el campo de la comunicación ha sido escasamente abordada. Este trabajo plantea como objetivo principal entender y explorar los roles desempeñados por las mujeres investigadoras en comunicación a partir de la primera (1930-60) y la segunda (1970-90) generaciones. Para ello, desarrolla un doble enfoque metodológico, combinando una aproximación crítico-hermenéutica y entrevistas en profundidad a destacadas investigadoras del campo. Los resultados evidencian la existencia de dos roles que explican las experiencias femeninas en la disciplina, tal y como estos se dieron en círculos académicos masculinizados y androcéntricos: el rol de la “presencia invisibilizada” (años 1930-60) y el rol de la “buena chica” (1970-90). Ambos permiten identificar la incongruencia entre el rol femenino y el rol de autoridad científica que ha complicado las carreras de las mujeres investigadoras en el campo de la comunicación. A modo de conclusión, se plantea la necesidad de recuperar la experiencia femenina en la historia de la investigación de la comunicación como mecanismo para lograr una disciplina más justa y plural para con todos sus miembros.

Palabras clave: historia intelectual, investigación en comunicación, roles de género, estereotipos, mujeres investigadoras,

Women have had a secondary role in communication research, often being forgotten or even erased from our disciplinary canon. For this reason, the female experience in the field of communication has been scarcely addressed. The main objective of this paper is to understand and explore the roles played by women researchers in communication who belonged to the the first (1930-60) and second (1970-90) generations. To this end, it develops a dual methodological approach, combining a critical-hermeneutic approach and in-depth interviews with some of the leading female researchers in the field. The results show the existence of two roles that can explain women's experiences in the discipline, as they occurred in masculinized and androcentric academic circles. These roles are: the role of the “invisible presence” (1930-60s) and the role of the “good girl” (1970-90s). Both roles allow us to identify the incongruence between the feminine role and the role of scientific authority that has complicated the careers of women researchers in the field of communication. As a conclusion, we focus on the need to recover the female experience in theaaqq history of communication research as a mechanism to achieve a fairer and more pluralistic discipline for all of its members.

Key words: Intellectual history, communication research, gender roles, stereotypes, women researchers,

Herrero, E., y García-Jiménez, L. (2023). De una “presencia invisibilizada” a ser “buenas chicas”: roles de mujeres investigadoras en el campo de la comunicación (1930-1990). methaodos.revista de ciencias sociales, 11(2), m231102a13. https://doi.org/10.17502/mrcs.v11i2.720

1. Introducción

Las mujeres han ocupado un lugar residual en la ciencia, también en aquellos ámbitos, como los sociales o las humanidades, más proclives a la presencia de lo femenino. La investigación en comunicación no conforma ninguna excepción a pesar de que, desde su propia institucionalización en el contexto de la Escuela de Columbia, hubo una importantísima presencia de féminas y a pesar, asimismo, de los similares índices de investigadores e investigadoras que integran en la actualidad la disciplina, al menos en el caso español (Martínez Nicolás, 2018)Ref25. Ellas estuvieron y están hoy con más fuerza que antaño y, aun así, las aportaciones y figuras de mujeres investigadoras han tendido a ser borradas de la historia intelectual del campo y de su configuración epistemológica, una borradura que persiste si atendemos a su actual baja presencia en guías docentes (García-Jiménez et al., 2022Ref13; Lazcano Peña, 2014Ref21) o en los manuales de referencia (Vera Balanza, 2012)Ref39. Esta situación marca una necesidad científica de primer orden como es el investigar y reconstruir los aportes de mujeres investigadoras. Recuperarlas a ellas nos brindará una epistemología más justa, completa y plural, dado que el conocimiento estará también integrado por las voces y enfoques variados de los sujetos subalternos que tradicionalmente han sido marginalizados en el quehacer científico. Frecuentemente, así, estas posiciones marginalizadas no pueden ser explicadas a través de los marcos hegemónicos con los que se ha dado cuenta de las experiencias científicas en la historia de las disciplinas.

Por todos estos motivos, el presente artículo tiene como objetivo restaurar estas figuras mediante el análisis concreto de cuáles han sido los roles y posiciones que las mujeres han ocupado durante el período 1930-1990, que se corresponde con las dos primeras generaciones de investigadoras de la comunicación.

Para responder a estos objetivos, en primer lugar, desarrollamos un marco conceptual que aborda la historia intelectual desde un enfoque de género, así como la situación de alteridad que las mujeres han ocupado en el ecosistema científico. A continuación, el análisis de los roles de las académicas en comunicación se ha realizado proponiendo una doble aproximación metodológica que combina el análisis crítico-hermenéutico de textos históricos y actuales, con la realización de entrevistas en profundidad a destacadas científicas. De esta manera, delimitando ambas generaciones, hemos investigado la primera (años 30-60) desde la metainvestigación y la investigación histórico-documental; y la segunda (años 70-90) mediante entrevistas en profundidad.

Para concluir, planteamos la necesidad de seguir desarrollando este tipo de enfoques con la esperanza de que estos contribuyan a socializar a las nuevas generaciones de jóvenes investigadores con referentes femeninos o, lo que es lo mismo, con un mayor pluralismo y diversidad de los implementados hasta la fecha.

2. La masculinización del campo de la comunicación y de su historia intelectual

La incorporación definitiva de la mujer a la universidad no se produce de facto hasta los años 70, en parte por el éxito del movimiento feminista y la mayor inversión en educación (Thiele, 2016, p. 146)Ref36 que tuvo lugar durante esa época. La tardía incorporación femenina a los claustros universitarios estaría todavía más agravada en el caso concreto español debido a la situación de la mujer durante la dictadura franquista. De esta forma, cuando comenzaron los estudios de comunicación en las universidades Complutense de Madrid, Autónoma de Barcelona y Navarra en el curso académico 70-71, las mujeres debieron pasar de la nada al todo, un proceso aún más traumático que en otros contextos, como el estadounidense, donde ya en los años 30 y 40 sí que se había producido una importante presencia femenina en lo que a posteriori se ha conocido como Mass Communication Research o Escuela de Columbia (primero mediante el Radio Research Project y, a partir de 1942, como el Bureau of Applied Social Research) (Rowland y Simonson, 2014)Ref32. De hecho, en este ámbito concreto, desde los años 30 a los 50, contabilizamos hasta un total de 30 mujeres investigando sobre comunicación y medios (Rare Book and Manuscript Library, 2019)Ref29, algunas de las cuales, como fue el caso de Patricia Kendall, pasarían, no sin pocos problemas, a dar clase en la universidad.

En el caso español, y centrándonos en el campo de la comunicación, la incorporación femenina sería incluso más tardía, en los años 80, donde hay un volumen considerable de tesis doctorales defendidas en facultades de comunicación (250 según los cálculos de López Escobar y Martín Algarra, 2017, p. 97)Ref24, de las que en torno al 30% habrían estado firmadas por mujeres (Martínez Nicolás, 2018)Ref25. Por tanto, la investigación en comunicación en España durante esos primeros compases fue masculina e individualista, un contexto que resultaba asfixiante para las investigadoras, al menos así lo han expresado algunas de las pioneras en EE.UU. Estas últimas se encontraron con ecosistemas plenamente androcéntricos cuando se incorporaron a tiempo completo a la universidad estadounidense: “Nuestro objetivo era sobrevivir y tener éxito … Cuando finalmente logré un puesto fijo, me incorporé a comités en la universidad porque es allí donde el cambio puede suceder” (García-Jiménez y Herrero, 2022)Ref14. En cualquier caso, la llegada femenina a la universidad fue completamente inesperada (García-Jiménez y Herrero, 2022)Ref14.

La masculinización de los claustros y de la producción científica es representativa de la andronormatividad (Lloyd, 2018)Ref23 que ha regido la construcción del conocimiento científico y que ha tomado como modelo a la figura masculina, asignando una posición subalterna a la femenina. Las mujeres lo tuvieron más difícil para entrar en el mundo científico, no solamente por los condicionantes materiales (eran minoría en los claustros universitarios o en los centros de investigación y asociaciones científicas), sino también por los simbólicos (fueron construidas como alteridad).

De esta forma, es preciso destacar que la historia intelectual del campo de la comunicación ha eliminado de manera sistemática la presencia de mujeres investigadoras (García-Jiménez, 2021Ref12; Vera Balanza, 2012Ref39) o ha asignado sus contribuciones a colegas masculinos, un fenómeno que Rossiter (1993)Ref31 ha denominado como efecto Matilda, que es un prejuicio que niega la capacidad científica de ellas. Sirva como botón de muestra el mito de los padres fundadores (Pooley, 2008)Ref26 del campo de la comunicación: Lazarsfeld, Lasswell, Hovland y Lewin. Este mito, sustentado en las reflexiones publicadas por Wilbur Schramm en 1963 en la obra The science of human communication, ofrece una narrativa sesgada y excluyente que obvia datos nada baladíes como que (Rowland y Simonson, 2014, p. 9)Ref32:

Desde 1937 a 1945, 6 de los 10 autores en términos de páginas producidas en artículos publicados fueron mujeres, incluyendo a Herta Herzog (segundo autor) y Marjorie Fiske (tercer autor) (…) Desde 1937 hasta 1948, las mujeres fueron autoras principales en el 50% de los informes producidos en la ORR y en la Bureau of Applied Social Research (55/109) y el 22% de los artículos publicados (22/106).

Además del importante peso femenino en la producción científica, también podríamos destacar que la aportación de estas mujeres fue cualitativamente relevante, dado que firmaron algunas de las investigaciones más importantes de la época como The invasion from Mars (de Hadley Cantril, Hazel Gaudet y Herta Herzog), The People’s Choice (de Paul Lazarsfeld, Bernard Berelson y Hazel Gaudet), Mass persuasion (de Robert Merton, Marjorie Fiske y Alberta Curtis) o The focused interview (de Robert Merton, Marjorie Fiske y Patricia Kendall). A pesar de ello, en sucesivas ediciones en ocasiones su autoría fue enmascarada bajo la expresión eufemística “con la asistencia de” (“with the assistance of”) y, finalmente, estas figuras no aparecen en el relato de la fundación del campo comunicológico, un ejemplo más de lo que Fricker ha denominado como injusticia epistémica (Fricker, 2007)Ref10. El mito de los padres fundadores, entonces, niega las contribuciones femeninas, y con todo y con eso, “la narrativa fue abrazada por un campo inseguro y recién institucionalizado” (Pooley, 2008, p. 46)Ref26.

En definitiva, en este tipo de narrativa las mujeres no aparecen o, cuando lo hacen de forma débil y residual, son presentadas como accidentes, como excepciones en las historias y epistemologías de las disciplinas y campos (Thiele, 2016)Ref36. Como si no hubieran contribuido de manera activa a la construcción del conocimiento científico desde su misma fundación. Como veremos a continuación, los estereotipos y prejuicios en la academia han jugado un papel decisivo en este borrado.

3. Sobre los roles, estereotipos y prejuicios científicos en la academia

Las mujeres académicas se han enfrentado históricamente a la necesidad de conciliar dos roles que son, a priori, antagonistas: el rol de género femenino —estereotípicamente asociado a los atributos comunales, que tienen que ver con el cuidado y el bienestar de los otros (Eagly y Karau, 2002)Ref7—, y el rol de liderazgo y autoridad científico-académica —vinculado en nuestro imaginario al dominio, la autosuficiencia o la agresividad (Eagly y Karau, 2002)Ref7—. A partir de estos dos roles contradictorios entre sí, Eagly y Karau (2002)Ref7 plantean la role congruity theory, una teoría que explica el prejuicio que aparece cuando un sujeto intenta ocupar una posición social que contradice el rol estereotípico que le ha sido asignado como parte de un grupo social. Esta aproximación explicaría parte de las circunstancias que ha vivido la mujer en la academia, dado que el estereotipo vinculado a los atributos comunales y del cuidado con el que la feminidad ha sido construida en el imaginario colectivo es contradictorio con la autoridad, el poder y el individualismo que el ecosistema científico androcéntrico demanda. Veamos con mayor detenimiento estas cuestiones.

Los significados asociados al rol de autoridad científico-académica hunden sus raíces en una tradición filosófica y de pensamiento occidental que es profundamente androcéntrica y que ha resultado en una concepción masculina del quehacer científico (Lloyd, 2018)Ref23. Así, las emociones, la imaginación y lo afectivo fueron durante la Revolución Científica abandonadas al terreno de la mujer, asimilándose todo lo estereotípicamente femenino a lo inválido para el conocimiento (Lloyd, 2018)Ref23. A la vez, la jerarquía a través de la que se han estructurado las comunidades científicas, así como el sistema de recompensa individualista (Bourdieu, 2003)Ref4 que rige la ciencia, han favorecido también en los entornos académicos las formas de liderazgo tradicionales y castigado las aproximaciones alternativas, comunitarias o cooperativas, posiblemente por considerarse muy “femeninas”. Ejemplo de ello es cómo aquellos sujetos que se aproximan a las relaciones académicas poniendo el foco en lo emocional —las llamadas “prácticas invisibles”, como la docencia, la mentorización y, en general, toda práctica que tenga que ver con el cuidado del otro— terminan siendo perjudicados en favor de aquellos que se adhieren a las “calculative practices” —sustentadas en los indicadores de rendimiento— que aseguran el éxito académico (Argento et al., 2020)Ref3. De esta manera, el rol femenino entra en conflicto doblemente con el rol del científico: tanto por nuestra comprensión androcéntrica de la ciencia, como por la primacía en ella de las estrategias de liderazgo y autoridad opuestas a las formas tradicionalmente femeninas.

Este conflicto, en realidad, tiene que ver con un pensamiento occidental dicotómico (sustentado en la lógica aristotélica de la contradicción), que ha prevalecido frente al pensamiento oriental complejo (un pensamiento paradójico que tiene que ver con la armonía de las tensiones opuestas). Esta es una propuesta de Erich Fromm, quien plantea en El arte de amar que, mientras que la lógica paradójica condujo a la tolerancia, la aristotélica nos llevó al dogma (Fromm, 2021, p. 108)Ref11, o lo que es lo mismo, a la exclusión de todas aquellas formas, saberes y sujetos que no encajaban en el modelo andronormativo.

Plantear roles científicos antagónicos es un mecanismo de significación sencilla que nos ayuda a organizar el mundo social (también el científico). Precisamente el pensamiento dicotómico explicaría la existencia de roles científicos que son necesariamente antagónicos, una cuestión que nos aboca simbólicamente al estereotipo. Los estereotipos son formas simplificadas y simplificadoras de entender la realidad y la identidad de los miembros de un grupo social. Cuando estas formas son negativas aparece el prejuicio, es decir, una asociación falsa, “una generalización empírica errónea sobre el grupo social en cuestión” (Fricker, 2007, p. 32)Ref10. Del prejuicio se desprende una cierta idea de desviación de los valores aceptables, de manera que los miembros de los grupos sociales estereotipados son llamados a modificar sus conductas o identidades para adaptarlas a lo socialmente demandado. En el contexto académico, la injusticia epistémica (Fricker, 2007)Ref10 que hemos comentado es una consecuencia de este conflicto de roles: los estereotipos para con lo femenino en el ámbito del conocimiento producen un desprestigio continuo de la voz de la mujer en la ciencia que resulta, en última instancia, en un prejuicio repetido para con las aportaciones y los nombres de mujeres en la historia de la ciencia —el ya mencionado efecto Matilda (Rossiter, 1993)Ref31—.

La identidad femenina se nos presenta como un condicionante de la participación de las mujeres en la “batalla simbólica” por el capital científico (Bourdieu, 2003)Ref4, no solo por los significados compartidos sobre lo femenino a nivel de la estructura social, sino también, sobre todo, por los valores androcéntricos que articulan nuestra comprensión de lo epistemológico. Desde esta óptica, entonces, entendemos que, como alteridad (Acker, 1983)Ref1, la mujer haya ocupado lo académico desde el conflicto de asimilar su rol social y su rol científico, desarrollando estrategias para adaptarse a las demandas vertidas sobre ellas como miembros de las comunidades epistemológicas.

4. Metodología

Partiendo de todo lo anterior, ahora cabría preguntarse cuáles han sido los roles más concretos que han desempeñado las mujeres investigadoras en el campo de la comunicación. Pero realizar esta reconstrucción no está desprovisto de complejidad, pues como ya hemos indicado, hay una tendencia al borrado de las aportaciones y figuras de mujeres investigadoras (Rossiter, 1993)Ref31, de ahí la importancia de la investigación documental e histórica en este sentido. Hay que tener además en cuenta el poco espacio que la disciplina ha dejado a la subjetividad, a la experiencia y a las emociones de todos los sujetos y, especialmente, de los subalternos, a pesar de que este tipo de conocimiento es fuente fundamental para el conocimiento científico (Rakow, 2008)Ref27.

Para explorar los roles de las mujeres en comunicación vamos a tomar como referencia a la primera (años 30-60) y la segunda generación (años 70-90) de investigadoras (Dorsten, 2016)Ref6, concretamente, a algunas de las que han liderado o realizado contribuciones de reconocido prestigio. La exploración de ambas generaciones se llevará a cabo a través de una doble aproximación metodológica, que combina una aproximación crítico-hermenéutica a la figura de investigadoras de la primera generación con el desarrollo de entrevistas en profundidad a investigadoras de la segunda generación.

La primera generación estaría conformada por aquellas mujeres que durante las primeras décadas del siglo XX contribuyeron de manera decisiva al desarrollo del conocimiento comunicativo, son las denominadas “madres fundadoras” (García-Jiménez, 2021Ref12; Dorsten, 2016Ref6; Rowland y Simonson, 2014Ref32), muchas de las cuales han sido borradas de los manuales de referencia (Vera Balanza, 2012)Ref39, de las guías docentes (García-Jiménez, et al., 2022Ref13; Lazcano Peña, 2014Ref21) y, en definitiva, del relato oficial de la disciplina. En esta generación, es preciso destacar el contexto de la Mass Communication Research o Escuela de Columbia, desarrollada en primer lugar en la Universidad de Princeton (Radio Research Project) y más adelante en la de Columbia (Bureau of Applied Social Research). La Mass Communication Research fue realmente pionera en la institucionalización de la investigación en comunicación y en la participación activa de mujeres investigadoras desde los años 30 hasta la década de 1950, momento en el que los y las investigadores/as dejaron a un lado su interés en la comunicación de masas para centrarse en otras temáticas sociales. Forman parte de esta generación autoras como Herta Herzog (Austria); Hazel Gaudet (Noruega-EE.UU.); Thelma Anderson, Marjorie Fiske, Hortense Powdermarker, Mae Huettig o Helen Hughes (EE.UU.); Else Frenkel-Brunswick o Elizabeth Noelle-Neumann (Alemania); Rachel Powell (Reino Unido) o Mary Q. Innis (EE.UU.-Canadá).

Como hemos planteado, la exploración del rol principal que desempeñaron estas mujeres se realizará mediante una revisión crítico-hermenéutica de textos históricos de referencia, publicaciones especializadas y de metainvestigación e investigación documental (García-Jiménez, 2021Ref12; Dorsten 2012Ref5 y 2016Ref6; Rowland y Simonson, 2014Ref32; Hughes, 1973Ref18; Fleck, 2011Ref9; Fiske y Lazarsfeld, 1945Ref8; Vera Balanza, 2012Ref39; Valsiner y Abbey, 2006Ref38; Signiorelli, 1996Ref33; Herzog, 1941Ref16). Este tipo de análisis crítico-hermenéutico ha sido considerado relevante para la investigación en ciencias sociales, precisamente por proponer herramientas adecuadas para la interpretación de los textos que, en última instancia, ayudan a desvelar la historia del texto, de su contenido y de las subjetividades de sus autores/as (Quintana y Hermida, 2019)Ref28. Nuestro trabajo combina, así, la revisión crítico-hermenéutica de documentos históricos primarios y secundarios, con el objetivo de reconstruir a grandes rasgos la experiencia de mujeres y el rol femenino en la primera etapa de la investigación en comunicación.

La segunda generación de investigadoras en comunicación (años 70-90) estaría integrada por aquellas que “saltaron la valla” (Dorsten, 2016)Ref6 y que consiguieron incorporarse a la universidad con un puesto de trabajo a tiempo completo a partir de los años 70. Ellas obtuvieron tenure track positions en el ámbito anglosajón (serían las profesoras titulares en el sistema español) que habían estado vetadas para las mujeres hasta ese momento. Cabe aquí destacar que, al institucionalizarse el campo de la comunicación de manera más tardía en España (también en América Latina), las pioneras en el contexto iberoamericano pertenecerían a esta generación, por lo que en Iberoamérica hablaríamos de la primera generación, aunque desde un enfoque internacional sería la segunda. Algunas académicas que han destacado por sus aportes a los estudios de audiencias, la comunicación organizacional, interpersonal o los efectos de los medios y que se enmarcarían en esta generación son Charlotte Brunsdon, Angela McRobbie y Laura Mulvey (Reino Unido); Sandra Ball-Rokeach (Canadá-EE.UU.), Michèle Mattelart (Francia); Brenda Dervin, Linda Putnam, Judee Burgoon o Edna Rogers (EE.UU.); Immacolata Vassallo de Lopes o Nelly de Camargo (Brasil); Milly Buonanno (Italia); Cindy Gallois (Australia); Gertrude Robinson (Alemania); Mabel Piccini o Delia Crovi (Argentina); Elizabeth Fox (investigadora estadounidense que investigó en Colombia, llegando a ser vicepresidenta de ALAIC en 1984); Patricia Anzola (Colombia); Mar de Fontcuberta o Amparo Moreno (España).

Para explorar el rol principal de esta segunda generación, se empleó la entrevista en profundidad como herramienta metodológica. La entrevista en profundidad es una metodología cualitativa adecuada para recuperar la subjetividad de grupos limitados de sujetos informantes cuyos testimonios son especialmente relevantes para una investigación (Taylor y Bogdan, 1987)Ref35. En concreto, realizamos un total de 8 entrevistas en profundidad entre el 23 de septiembre de 2020 y el 30 de marzo de 2021 a algunas de las investigadoras con una mayor proyección internacional en el campo, quienes ostentaron cargos en las principales asociaciones científicas y han sido explícitamente reconocidas mediante la concesión de premios científicos, doctorados honoris causa, etc. Se trata de: Charlotte Brunsdon, Sandra Ball-Rokeach, Michèle Mattelart, Linda Putnam, Judee Burgoon, Immacolata Vassallo de Lopes, Cindy Gallois y Gertrude Robinson. También se mantuvo correspondencia mediante email con Brenda Dervin, Laura Mulvey, Edna Rogers, Milly Buonano y Angela McRobbie. El guión de las entrevistas en profundidad estuvo compuesto por cuestiones sobre su experiencia como mujeres en las diferentes etapas de la carrera investigadora (predoctoral, investigadora junior, investigadora senior y catedrática). Las entrevistas fueron transcritas y, posteriormente, analizadas de manera inductiva. De este análisis, se extrajeron una serie de temáticas comunes a todas ellas y, a partir de las mismas, el rol ocupado en la academia. Las entrevistadas firmaron una hoja de consentimiento y la técnica contó con la aprobación de la comisión de ética de investigación de la universidad de procedencia de las autoras firmantes de este artículo.

5. Resultados: dos roles femeninos en la historia de la investigación de la comunicación

Han sido dos los roles identificados a partir de la exploración de las experiencias y las vidas académicas de las primeras generaciones de mujeres investigadoras en comunicación. Se trata de: (1) el rol de la “presencia invisibilizada” característico de la primera generación; y (2) el rol de la “buena chica”, identificativo de la segunda. Pasamos a continuación a desarrollar ambos roles.

5.1. El rol de la “presencia invisibilizada”

El rol de la “presencia invisibilizada” es un oxímoron que hace referencia a la presencia que tuvieron las pioneras, pero cuyas aportaciones y figuras perdemos con el paso de los años, cuando desaparecen de los relatos epistemológicos oficiales. Son académicas que fueron en parte reconocidas en el contexto histórico en el que operaron, no sin pocos problemas personales y profesionales que las convirtieron necesariamente en alteridad, como ha recogido Dorsten (2012)Ref5. Como alteridad, las investigadoras habitaban los espacios académicos siempre como ciudadanas de segunda clase, una tendencia generalizada en el contexto académico global, marcada tanto por barreras estructurales como por barreras informales (Acker, 1983)Ref1. Una de las pioneras en el campo de la comunicación, la investigadora Helen Hughes, recogió también estas dificultades en uno de los pocos testimonios personales que hay y que tiene un valor incalculable para entender las experiencias vividas por las esposas de los profesores universitarios (Hughes, 1973)Ref18. Ellas, por ejemplo, sufrieron en primera persona las reglas antinepotismo vigentes en los campus estadounidenses por las que no podían trabajar en el mismo departamento o centro que sus maridos, una circunstancia que habría afectado en torno al 15% de estas mujeres según estudios de la época (Simon et al., 1966)Ref34. Las investigadoras de la primera generación estuvieron, por tanto, “presentes” —una presencia un tanto débil, eso sí, que se pierde con el paso del tiempo para terminar haciéndolas completamente “invisibles”. Perdemos sus trayectorias y la historia intelectual del campo termina obviándolas. Por eso precisamente, en el caso concreto de la sociología, Lengermann y Niebrugge (2007, p. 3)Ref22 sugieren que las pioneras son borradas, porque “fueron vistas como presencia en la comunidad, para después ser eliminadas de los registros”.

De esta forma, y volviendo a las pioneras de los estudios de comunicación, nos centraremos en tres voces femeninas a través de cuyas trayectorias se puede reconstruir el rol de la “presencia invisibilizada”: Herta Herzog, Else Frenkel-Brunswik y Mae Huettig.

Comenzamos, así, con un caso que nos parece especialmente paradigmático: el de Herta Herzog (Austria, 1910-2010). Ella escribió, en 1932, la primera tesis doctoral sobre audiencias de la que tenemos constancia (Voz y Personalidad, en alemán Stimme und Persönlichkeit) y fue una de las figuras más destacadas en la Escuela de Columbia durante el tiempo que permaneció allí (desde 1937 en la Office of Radio Research de Princeton y a partir de 1939 y hasta 1945 en el Bureau of Applied Social Research). Y, sin embargo, no es hasta la década de los 90 cuando empieza a recuperarse su figura (Signiorelli, 1996)Ref33, eso sí, en los márgenes de la academia anglosajona y de manera muy minoritaria principalmente desde enfoques de tipo crítico y feminista. A día de hoy, su figura en el relato oficial de la disciplina sigue estando ausente. Su presencia es aún menor si nos remitimos al ámbito iberoamericano, en el que no hay casi textos sobre ella en español (Huertas, 2015)Ref17, ni aparece en guías docentes (García-Jiménez et al., 2022Ref13; Lazcano Peña, 2014Ref21), ni en los manuales de referencia usados en las asignaturas de corte más teórico y científico (Vera Balanza, 2012)Ref39. Y eso a pesar de que Herta Herzog publicó la primera formulación de una de las teorías de efectos de los medios de comunicación más emblemáticas de esa época, la teoría de usos y gratificaciones en su artículo sobre la recepción de seriales radiofónicos por parte de las audiencias femeninas titulado On borrowed experience: An analysis of listening to daytime sketches (Herzog, 1941)Ref16. Este artículo fue publicado en una de las revistas de referencia del momento Studies in Philosophy and Social Sciences editada por entonces por Theodor Adorno (Lazarsfeld, 2001)Ref20, quien, él sí, forma parte del canon clásico crítico de los estudios de comunicación. Y más aún, este artículo fue reconocido desde la propia Escuela de Columbia (Fiske y Lazarsfeld, 1945)Ref8 como el ejemplo del tipo de investigación pionera que se estaba llevando a cabo y como un punto de inflexión en el desarrollo de la investigación de las teorías de los efectos moderados de los medios de comunicación. El que Herzog fuera igualmente la precursora de técnicas como el focus group (Rowland y Simonson, 2014, p. 11)Ref32, aunque de manera injusta se haya adjudicado la invención de este método a Robert Merton, tampoco fue mérito suficiente para “pasar a la historia”. Aunque paradigmático, el de Herzog no es un caso único ni aislado, pues casi todas las pioneras han sufrido un proceso de borrado sistemático, con alguna excepción como Elizabeth Noelle-Neumann, quien es de las pocas “madres fundadoras” que se cuelan en el imaginario colectivo de la disciplina de la comunicación (García-Jiménez et al. 2022Ref13; Vera Balanza, 2012Ref39).

Como Herzog, Else Frenkel-Brunswik es otra figura que también fue reconocida en parte en su momento, pero borrada con el paso del tiempo. Así, una de las obras más emblemáticas de la Escuela de Frankfurt, que suele asignarse en exclusiva a Theodor Adorno, The authoritarian personality, habría tenido en Frenkel-Brunswik (Lvov- Imperio Austrohúngaro, 1908-1958), judía europea formada al igual que Herzog en el Círculo de Viena, a su principal contribuidora. Aunque finalmente firmó en segundo lugar tras Adorno, Fleck (2011)Ref9 indica cómo esta asignación de autoría fue un tanto polémica, lo que es indicativo del reconocimiento que la autora tenía en su contexto más cercano. Y, de hecho, tras el suicidio de su marido, la Universidad de California le ofreció una plaza a tiempo completo (Frenkel-Brunswik sufrió las consecuencias de las reglas antinepotismo que hemos mencionado), que ella rechazó para terminar quitándose la vida igualmente años después (Valsiner y Abbey, 2006)Ref38. Ambas circunstancias, el debate en torno a la autoría de The authoritarian personality, así como posibilidad de conseguir una plaza en la universidad, enfatizan la presencia de la autora en el espacio de producción de conocimiento que habitó a mediados del siglo XX.

Por último, que Mae Huettig (EE.UU., 1911-1996) realizara la primera tesis doctoral en economía política (Economic control of the motion picture industry. A study in industrial organization), que la tesis fuera publicada en una editorial de referencia (hoy diríamos de impacto) —la University of Pennsylvania Press— en 1944, o que su trabajo fuera un referente para Dallas Smythe, él sí parte del canon crítico-marxista del campo, tampoco fueron motivos suficientes para evitar que haya sido borrada de nuestro imaginario colectivo. Y así podríamos seguir con la práctica totalidad de ellas.

Este rol “presente/ausente” está construido a partir del prejuicio subyacente en el efecto Matilda, es decir, aquél que, como hemos visto, tiene que ver con una tradición filosófico-epistemológica occidental construida en torno a los valores masculinos hegemónicos, en la que la marginalización de la mujer no solo responde a cuestiones prácticas sino también conceptuales (Lloyd, 2018)Ref23. Este prejuicio supone que, incluso cuando el acceso de la mujer a la ciencia no es negado, sus contribuciones y su figura científica son “diminished and dismissed” (disminuidos y descartados) (Rossiter, 1993, p. 333)Ref31, de manera que, pese a formar parte de las comunidades epistemológicas, las académicas quedan condenadas a la irrelevancia y al borrado debido a la negación de su capacidad como conocedoras. Desde una perspectiva hegemónica y androcéntrica, no pueden conocer porque no son capaces de ello. Este prejuicio es también una forma de opresión civilizada (Harvey, 2015)Ref15 especialmente acentuada en el espacio científico-académico debido a que las comunidades científicas son “economías de credibilidad” (Fricker, 2007, pp. 30-32)Ref10, que se rigen por una batalla simbólica por la acumulación de capital científico (Bourdieu, 2003)Ref4.

5.2. El rol de la “buena chica”

A partir de la realización de las entrevistas en profundidad, se ha identificado el rol de la “buena chica”. Este responde al prejuicio que surge de la convicción de que las mujeres académicas ocupan un lugar que no les corresponde, o lo que es lo mismo, al prejuicio que entiende la ciencia como un espacio profesional masculino. Este prejuicio hunde sus raíces en el estatus epistemológico secundario de las mujeres científicas que venimos exponiendo, pero también en la convicción de que los atributos de liderazgo científico son aquellos asociados a la masculinidad hegemónica (García-Jiménez y Herrero, 2022)Ref14. De esta manera, se genera una ambivalencia con respecto a los significados de género: de las académicas se espera que sean “buenas chicas” reflejando las actitudes pasivas y complacientes percibidas como femeninas y, a la vez, que demuestren su valía desechando dichas actitudes. Esta ambivalencia queda recogida por la role congruity theory (Eagly y Karau, 2002)Ref7 que hemos mencionado anteriormente: en espacios, como el académico, que demandan autoridad, las mujeres se enfrentan a la dificultad —incluso imposibilidad— de conciliar el rol de género femenino con un rol de liderazgo. En general, los prejuicios para con los grupos históricamente carentes de poder tienen precisamente que ver con una asociación directa a su falta de competencia, sinceridad o racionalidad; es decir, con la imposibilidad percibida de que sean o puedan ser líderes aptos (Fricker, 2007)Ref10 o puedan investigar las temáticas, objetos de estudio y métodos más complejos considerados “masculinos” (asociados al prestigio y el status), especialmente en entornos construidos en torno a los significados de género como la academia. Consecuentemente, no se puede ser líder y formar parte de uno de estos grupos sin tener que hacer una renuncia a la propia identidad social. Un resultado de este prejuicio es la “leaky pipeline” (UNESCO, 2020)Ref37, por la que en los grados habría una mayoría de estudiantes en comunicación, pero las vocaciones científicas se pierden de manera progresiva conforme asciende la carrera académica hasta que las mujeres ocupan escasamente el 20% de las cátedras en España (con unos índices similares a la Unión Europea) (Repiso et al., 2020)Ref30.

En general, por los significados sesgados que se han asociado a la valía intelectual, la adopción del rol de la “buena chica” no solo supone un impedimento para las mujeres con respecto a su relación con sus pares o a su capacidad de liderazgo, sino también en lo que tiene que ver con su capacidad crítica y científica. Así lo plantea una de las entrevistadas (2020):

Yo quería ser una buena chica, algo que es habitual en la feminidad: prestar atención a lo que se espera de ti. Pero eso es muy perjudicial, porque hace que sea más difícil pensar lo que realmente piensas … las penalizaciones por ser una chica lista eran muy intensas.

Dado que no es solo lo esperado de ella —sino también su propia manera de habitar el espacio académico— lo que está tangencialmente atravesado por los roles y prejuicios sobre el género y en lo social y en lo científico, la reflexión de esta investigadora representa a la dicotomía a la que venimos haciendo referencia. La misma entrevistada (2020) entiende que “no todas las feminidades son iguales, pero es común que la feminidad esté vinculada a la sensibilidad hacia los otros, a prestar atención a lo que se espera de ti, saber qué sería lo que hay que hacer” algo que, en cualquier caso y por encima de todo, “inhibe el conocimiento”. Subyace, entonces, en este ecosistema, la noción de que una actitud activa y diligente para con el conocimiento por parte de una mujer no es sino una impostura, una disrupción, un motivo de queja y, en última instancia, una forma de penalización. Otra de las entrevistadas (2020), en efecto, recuerda cómo su posición, ambiciosa e involucrada en las investigaciones en las que participaba, le costó despertar el malestar por parte de sus pares:

Había alguien … que pensó que que yo insistiera e interfiriera [en la investigación] era escandaloso. Estaba discutiendo conmigo por teléfono y me dijo algo que estoy segura que no le habría dicho a un hombre. Me dijo: “No le gustas a nadie”. No le dirías eso a un hombre.

En este sentido, nos encontramos con el estereotipo según el cual las mujeres eran consideradas más aptas para trabajos secundarios como el de secretaria, roles más dotados, precisamente, para el apoyo, lo colaborativo y lo comunal: “En mis primeros días como profesora a tiempo completo … un profesor me dio sus documentos para fotocopiar porque asumió que yo estaba ahí para hacer sus fotocopias, no que estuviera haciendo las mías. Eso era bastante común” (2020). De esta manera, mientras eran negadas cuando trataban de participar activamente en tareas investigadoras, eran toleradas cuando satisfacían con las expectativas construidas sobre ellas y se comportaban, según el testimonio de otra de las participantes en este trabajo de campo, “exactamente como las mujeres tenían que comportarse en este caso, es decir, quitándose de en medio, sin promocionar, sin lograr objetivos, solo haciendo su trabajo” (2020). Ahora bien, incluso en los casos en los que las mujeres se adaptan a las expectativas vertidas sobre ellas, lo que despertaban no era aceptación sino, precisamente, tolerancia. Es decir, estas formas estereotípicamente femeninas de ocupar la academia permiten a las mujeres ser toleradas por sus pares, pero las condenan necesariamente a ocupar los márgenes, esos espacios donde no pueden demostrar ambición alguna y donde no suponen un riesgo para el status quo.

Otra de las académicas, en efecto, indica que su resistencia, protesta y crítica a estas formas de marginalización fue asumida como un reclamo de un espacio que no le correspondía: la protesta era en cierto modo una forma de abrazar ese rol inferior porque, cuando ellas protestan, se convierten en elementos discordantes e incómodos a ojos de un pensamiento hegemónico marcado por el prejuicio. Las mujeres que protestan, entonces, son “mujeres inferiores” (lesser women) en palabras de otra de las entrevistadas (2020), cuya capacidad intelectual estaba demasiado centrada en la demanda política y, consecuentemente, también demasiado sesgada para la producción de conocimiento. De nuevo, el mito de la despersonalización del conocimiento juega aquí en contra de aquellas mujeres que abogaban por mejores condiciones, cuyas carreras son asumidas como demasiado políticamente orientadas como para lograr ser provechosas en términos académicos. Así, cuando esta misma entrevistada decidió posicionarse a favor de la igualdad de género en su universidad, tuvo que hacer frente a comentarios que la cuestionaban y que demostraban la incongruencia entre la demanda de la igualdad de género y el éxito científico-académico: “La gente decía: ¿Por qué haces eso? No tienes que hacerlo, eres muy productiva, vas a promocionar, eres muy buena. ¿Por qué tienes que ponerte al lado de estas mujeres inferiores?” (2020).

La asunción de la necesidad de ser una “buena chica” es tremendamente difícil de superar, tal y como lo plantea otra de las investigadoras participante en las entrevistas en profundidad: “Creo que es muy difícil saber cómo podrías cambiar eso”, precisamente porque no solo supone una expectativa externa sino también un punto de partida desde el que posicionarse en la academia. Esta entrevistada añade: “Es bastante difícil para nosotras porque hemos sido socializadas desde niñas para sentirnos inadecuadas, como si no fuéramos suficientemente buenas. Y para sentir que tenemos que agradar a los demás, ponerlos a ellos delante” (2020). Existe, entonces, una verdadera incongruencia: “Como académica no puedes vivir así, tienes que superarlo … la única manera de superarlo es abrirse paso a empujones” (2020), concluye otra entrevistada. Por este motivo, muchas de las mujeres de la segunda generación sintieron que se enfrentaban a “grandes dificultades” para conciliar su identidad con lo esperado de ellas en un sistema que, desde el inicio, ha sido profundamente androcéntrico y contra el que tuvieron que luchar: “Probablemente haya sido lo más difícil de mi carrera y creo que muchas otras te dirían lo mismo o algo bastante similar” (2020), concluye otra de las participantes en el trabajo de campo.

6. Discusión y conclusiones

La práctica científica es una práctica social, lo que implica que está, también, profundamente atravesada por los significados de género estructurales que condicionan nuestras vidas en comunidad. La idea de una ciencia sin sujeto, impersonal e individualista, no es más que una ilusión (Alcoff, 2008)Ref2, pues la ciencia es en su conjunto un artefacto cultural, una selección de atributos de la realidad y la producción de un sujeto en comunicación con otros. Precisamente por esto, la actividad académica está continuamente atravesada por los significados sociales, tanto como lo está, también, por los significados epistemológicos compartidos. Nuestra tradición de pensamiento dicotómico nos ha llevado a considerar que solamente hay una única forma de ser científico, relegando las demás maneras de habitar la académica a lo marginal y a la periferia. Esta cuestión no solo ha afectado a los miembros de las comunidades académicas, también a nuestras propias áreas de investigación, que hemos diferenciado entre las más “objetivas” —marcadas por la destreza matemática y a las que asociamos el prestigio y el estatus—, de aquellas otras más “subjetivas” —con un mayor foco en las relaciones, asociadas con el bienestar de la comunidad o las emociones y con lo estereotípicamente femenino— (Knobloch-Westerwick et al., 2013)Ref19.

Es así como se ha construido la idea de una “hard academia” habitada por lo masculino frente a una “soft academia” femenina, de menor prestigio, estatus y autoridad. De esta manera, en lo científico-académico, lo femenino no solo ha sido ignorado, no solo ha sido negado, sino, en muchas ocasiones, explícitamente excluido (Lloyd, 2018)Ref23 y las mujeres han tenido que negociar su manera de ocupar la ciencia: bien negando su identidad social, bien renunciando a ocupar el centro de lo científico.

En definitiva, cuando el estereotipo impregna los espacios académicos, determinados sujetos, como las mujeres, se han visto relegados a ocupar los márgenes o a desarrollar estrategias particulares para poder superar dicha alteridad.

A modo de conclusión, los roles que hemos identificado en este artículo representan dos de las formas en las que las mujeres han habitado el campo de la comunicación. Entendemos, entonces, que la figura femenina en la historia de nuestra disciplina puede ser explicada a través su “presencia invisibilizada” y de la obligación de ser “buenas chicas”. Ambos roles suponen una manera compartida de habitar las comunidades epistemológicas a las que pertenecieron y ponen de manifiesto que donde se ha producido conocimiento, ha habido mujeres investigadoras que han colaborado en el mismo. Ya las pioneras (años 30-60) estuvieron presentes, aunque de una forma un tanto debilitada hasta terminar perdiéndose sus figuras y aportaciones con el paso del tiempo. A esto lo hemos denominado el rol de la “presencia invisibilizada”, porque, aunque en parte reconocidas, ya vivieron una cierta invisibilización en vida, que terminó siendo total cuando quedaron fuera de los relatos oficiales y los imaginarios colectivos de la academia.

Con respecto a la segunda generación (años 70-90), su incorporación de lleno al mercado laboral universitario no estuvo exenta de dificultades, si bien estas mujeres sí que consiguieron desarrollar unas carreras académicas plenas en las que no faltó el trato condescendiente y la penalización por querer ocupar puestos para los que no estaban “predestinadas”, ni “preparadas”, como ellas mismas han indicado en las entrevistas en profundidad. Se esperaba de ellas que fueras “buenas chicas”, esto es, que trabajaran duro, pero que no tuvieran demasiadas aspiraciones.

Todavía queda mucho por hacer. Por un lado, es necesario explorar los relatos y subjetividades de las generaciones más jóvenes (desde los años 2000 hasta la actualidad) para ver, una vez consolidada la figura femenina en el campo comunicológico, qué otros roles están desempeñando hoy las mujeres investigadoras. Consideramos que los roles que hemos identificado en este artículo seguirán presentes en las formas simbólicas de la universidad contemporánea, pero debido a los cambios sociales y científicos vividos durante el último siglo, entendemos que estarán conviviendo con otros nuevos que es necesario investigar. Por el otro, si bien hemos incluido los nombres de mujeres españolas y latinoamericanas, lo cierto es que hasta la fecha este tipo de aproximaciones se ha centrado más en el contexto anglosajón, por lo que hace falta explorar en mayor medida este enfoque cualitativo y biográfico en el campo iberoamericano.

En última instancia, los roles de los que hemos hablado son construcciones simbólicas y sociales y, como tales, su redefinición es una tarea ardua y compleja que requiere del compromiso y colaboración de todos los sujetos conocedores. También el de las generaciones más jóvenes, quienes, aunque ya viven en un contexto más igualitario, siguen a día de hoy siendo socializadas en una academia con escasos referentes femeninos.

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Hererro, Esperanza

Esperanza Herrero es investigadora predoctoral FPU del Ministerio de Universidades en la Universidad de Murcia, donde desarrolla su tesis doctoral sobre el rol de las mujeres en la investigación en comunicación. En la actualidad se encuentra dentro del programa Fulbright España y la Fundación Séneca en Columbia University (EE.UU.). Cuenta con varias publicaciones científicas y participaciones en congresos internacionales en las líneas de la historia de la investigación de la comunicación, las epistemologías de género y las teorías de la comunicación.

García-Jiménez, Leonarda

Leonarda García-Jiménez es Profesora Titular en la Universidad de Murcia. Ha sido Affiliate Faculty en la Colorado State University y en la University of Colorado Boulder (EE.UU.) durante 15 años. Tiene 3 sexenios de investigación y es IP del proyecto I+D+I del Ministerio de Ciencia e Innovación denominado “Análisis de los roles femeninos en la investigación de la comunicación en Iberoamérica”. Es evaluadora de las agencias AEI y AVAP, dirige la colección Comunicación y Género de la Editorial Comunicación Social y tiene más de 60 publicaciones en sus líneas de interés: teorías de la comunicación, epistemología de la ciencia, identidad y género.